El recreo y la clase de religión

El recreo y la clase de religión

López Caro no disfruta del don de la elocuencia, y resulta sorprendente, porque nos hemos acostumbrado a los entrenadores que son brillantes portavoces de sí mismos, a los técnicos de verbo fluido, verbo en ocasiones incomprensible, pero siempre fluido. Y no es rara nuestra costumbre. De un tiempo a esta parte, en la elección de un entrenador pesa tanto su currículo como su capacidad de seducción y su influencia mediática, hasta el punto de que en algunos técnicos se valora más una buena frase que un ascenso.

Da la impresión de que López Caro se ha presentado en sociedad sin examinarse de las dos últimas asignaturas no oficiales del curso de entrenadores: oratoria y nudo de la corbata. Por eso comparece en chándal y por eso se le va el discurso a lo divino. Esa invocación a las alturas, muy respetable, es cuando menos un error de marketing, porque al hacer depender su éxito de Otro invita al presidente a su contratación inmediata, conocido es que quiere a los mejores en cada puesto.

Deportivamente, López Caro merece el beneficio de la duda. Disfruta de la oportunidad con la que suspiran los entrenadores de campo de tierra. Pero para triunfar no le bastarán sus cualidades técnicas. Será necesaria su adaptación al medio. Y para eso necesitará diplomacia, más sonrisas y, sobre todo, menos trascendencia. El fútbol no es la clase de religión, es el recreo.