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Le dieron la pelota y se iluminó todo

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Entró Agüero en la sala VIP del Calderón, donde le esperábamos 170 periodistas, y se sentó en la mesa con los ojos como platos, un cervatillo delante de los faros de un coche. Normal. Aseguró no estar nervioso, pero su inquietud era evidente. ¿Se recuerdan nada más cumplir los 18? ¿Cómo hubieran respondido al verse en medio de semejante huracán? Yo seguramente no hubiera hilado dos frases. El Kun, pese a los titubeos, fue capaz de elaborar un discurso coherente, repetitivo pero con sentido. Y se fue viniendo arriba. Cuando le vistieron de corto y le dieron una pelota ya estaba en su salsa. La sonrisa pícara perpetua y el dominio de la escena, evidente. Le da igual el potrero que el Manzanares, con el balón se le ilumina la cara como a mí un sábado noche. Cada uno tiene sus vicios y que el suyo sea el fútbol es una noticia inmejorable para el Atleti. Miren a Ronaldinho, que se pasa el día en casa jugando con una pelotita y luego obtiene su recompensa en el campo.

He intentado ser cauto con este nuevo proyecto. Había visto sólo un par de partidos de Agüero antes del fichaje y he devorado varios más después. Me deslumbra. Aún así no quería decir nada, conozco la cantinela de "este año sí" como la palma de mi mano. Estaba convencido: hay que evitar ilusionarse. ¡Qué idea más absurda! ¿Cuál es la gracia del fútbol sin ilusión? Ninguna. Lo he recordado hoy viendo a mil atléticos soportar hora y media de espera para estar diez minutos cerca de un chaval al que muchos ni han visto jugar. Quieren creer. ¿Y saben qué? Tienen motivos de sobra para hacerlo. Agüero es más que un buen futbolista, es especial. Y sé que es joven y se puede estropear, claro, pero es más fácil romper una bicicleta que un Porsche. Creo firmemente que el futuro empezó ayer. Y, si no, que nos quiten lo bailao. Disfruten sin miedo.