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Un ataque a la línea de flotación

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Probablemente no le hiciese falta a Alonso salir ayer desde la pole. En Silverstone, donde adelantar no es fácil pero tampoco imposible, no necesitaba salir delante para ganar. Pero sabemos que a Alonso no le interesa ser segundo, salvo que no esté en sus manos y deje a sus rivales que exijan al máximo su mecánica. No se conformó con salir en primera fila o ser tercero y fue a por todas. Allí comenzó a ganar una carrera que le vale de mucho. Una carrera que no es solamente la tercera consecutiva o la quinta de la temporada. Es la de la absoluta certeza para sus rivales de que esto se les está poniendo difícil. Y el mensaje iba mas que nada dirigido a Schumacher. Al alemán no le afectan mucho los golpes de efecto pero, en sus quince años de F-1, no ha tenido delante a un hueso como el español.

Ni en la época fuerte de Hakkinen tuvo una oposición de este calibre. Muchas veces en aquellos años, su aporte de pilotaje era desequilibrante. Ayer, en Silverstone, su cara del podio lo decía todo. Ni ganas de festejar tenía. Tres golpes seguidos a la línea de flotación pueden hundir hasta un monstruo como él. Tres victorias por demolición derrumban a cualquiera. Al alemán le quedan pocos cartuchos por utilizar y, como no lo haga en cualquiera de las próximas carreras, ya puede ir pensando en dos posibilidades: se queda en F-1 para volver a ser campeón o se retira pensando en despejar el camino de los protagonistas de los próximos años. Uno de ellos es Raikkonen, y el otro ya sabemos quién es. Es ese muchacho que no para de ganar y que nació en Oviedo hace casi 25 años.