Tuvimos un bonito fin de fiesta

Tuvimos un bonito fin de fiesta

Si hubiéramos imaginado un final perfecto para esta temporada de Fórmula 1, quizá sólo habríamos introducidos algunos pequeños matices a lo que ocurrió ayer en Interlagos. Porque lo esencial se cumplió. Empezando por lo más importante, que era ver a Fernando Alonso de nuevo como campeón en el mismo escenario en el que ya se coronó en 2005. Es un justo vencedor del campeonato, porque se ha revelado como el piloto más sólido, constante y regular durante todos estos meses. Ni siquiera las decisiones, más que discutibles, de la FIA en su contra y los incidentes mecánicos de la recta final del Mundial han sido suficientes para echar por tierra todo su trabajo y también el de un equipo, Renault, capaz de imponerse a rivales con mayores presupuestos e incluso tradición en la F-1.

También nos vale la despedida de Schumacher. Un mito de su categoría no podía ni debía marcharse por la puerta de atrás, con la cabeza gacha. Y no lo hizo. No hubo ni el más mínimo atisbo de maniobras desleales por parte de nadie y Michael protagonizó una carrera de ésas que quedarán para siempre en el recuerdo de los buenos aficionados. No sólo rodó rapidísimo durante toda la competición, sino que también exhibió una capacidad de superación y un pundonor más propios de un principiante con ganas de comerse el mundo que de un piloto que se despedía de los circuitos. Seguro que para él no fue un consuelo pero sí para todos sus seguidores incondicionales, que pudieron disfrutar por última vez de la mejor versión de un piloto de un palmarés difícilmente igualable.