Para Ronaldinho el balón de fútbol es su mundo. Y lo tiene en sus pies casi todo el tiempo. Atado pero libre, imprevisible y siempre único. Acaso es su sonrisa el único antídoto contra la aburrida costumbre de ganarlo todo. Algo inaudito en un mundo donde el balón, el epicentro, perdía importancia ante aquello del patapum pa arriba. Ahora tiene la oportunidad de seguir encandilando con la magia de sus bailes que cada día son más multitudinarios. Hasta Deco parece menos serio en los aledaños del crack brasileño.

El Barça aspira hoy en el estadio de Yokohama al título oficial de mejor equipo del mundo. Ya lo es. Y Rijkaard, el titular del mejor empleo. Sólo que tienen que dar la vuelta al mundo para que todo el mundo se avenga a lo que parece un hecho por el juego que despliega y por los resultados que está logrando. Y muchos se dan, por fin, por enterados. Le toca en la final al Barça el otro equipo de Portoalegre, la ciudad en la que nació Ronaldinho. No podía llamarse de otra manera el sitio donde se hizo así mismo. Ni siquiera la rivalidad le motiva más que tener el mundo en sus pies. O sea el balón.