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No quiero vivir de alquiler

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De Ventas para arriba, San Blas, Canillas, Canillejas, se llenan de rojo y blanco por los cientos de miles de atléticos que viven allí. Pero ni siquiera a ellos que podrían ir andando a La Peineta les apetece que se levanten rascacielos donde hoy se alza el Calderón. Cada cual tiene además razones personales. Hemos sufrido aquí hemos gozado hasta saber que el cielo tiene nuestros colores. Miro al lugar donde estaban los asientos de madera y veo el sitio de mi padre. En una noche de Copa de Europa cayó roto a su lado el amigo Garrigós, muerto de puro amor atlético. Razones personales. Y, sin embargo, lo tengo escrito, a mi ya me partió el corazón la salida del Metropolitano, de ahí me fui llorando cuando tenía ocho años, una tarde de mayo, y ya no lloro más por un campo de fútbol. No estoy en contra por razones sentimentales, pues. Son otras. Simplemente, no me fío. No estoy dispuesto a aceptar calladamente la pérdida de patrimonio del club y aún más la quiebra de identidad que le supone a un equipo de fútbol tradicionalmente dueño de su estadio, vivir de alquiler. Así que cuenten ustedes con mi oposición a que el Aleti salga del Vicente Calderón si no es para jugar el domingo siguiente en un estadio propio que mejore al anterior, dentro del casco urbano de Madrid y capaz de convertirse en una fuente de ingresos constante (sigue habiendo espacio junto al Metropolitano, reitero. Volver a casa, insisto).

Y además: conocidas operaciones anteriores en la misma ciudad de Madrid y sabidas las cifras que sirvieron para eliminar la deuda de aquella entidad en quiebra, hay que entender que lo que va a caer por esta también será gordo. Quedará una cantidad superlativa. No acepto la salida del Calderón, del estadio que el Club Atlético de Madrid levantó con el esfuerzo de sus socios en 1966, sino es para que esa pastizara vaya directa e íntegramente a devolvernos la condición de potencia mundial. O seguimos en casa ,que se está tan ricamente.