Gracias y mil gracias

Gracias y mil gracias

Ahora que Alonso es un personaje controvertido, tan admirado por unos como aborrecido por otros, echar la vista atrás hasta ese GP de Brasil de 2005 supone un ejercicio de perspectiva altamente recomendable. Quiero decir que con Fernando me da la impresión de que, a menudo, las hojas no nos dejan ver el bosque, quedándonos en lo superfluo, en lo intrascendente de sus gestos o sus palabras para olvidar lo que realmente importa: su grandeza inconmensurable como deportista. Lo que hizo cuando conquistó para España un título mundial de F-1 nunca estará suficientemente reconocido.

El calibre de su hazaña es tal, que pienso que en ocasiones no somos capaces de valorarla. Ser el mejor en algo nunca es fácil, pero el desafío se torna mayúsculo cuando hablamos de un deporte con los condicionantes del automovilismo: elitista, caro, inaccesible, acotado, dominado por el mundo anglosajón... Trabas contra las que luchó Alonso desde que era un niño para llegar a lo más alto, para hacernos partícipes de un sueño que sólo él podía convertir en realidad, para darnos voz y presencia donde no la teníamos. Por eso, dos años después, sólo se me ocurre lo mismo que entonces: gracias y mil gracias.