Joaquín y el futuro de los extremos...

Joaquín y el futuro de los extremos...

"Somos pocos, pero sobreviviremos", le dice Joaquín a Damián González en una entrevista que publicamos poco más adelante. Joaquín, extremo puro y, en consecuencia, especie en peligro de extinción. Cuando yo empecé a ir al fútbol nadie era más querido que ellos, por el aire revoltoso y osado de su juego. Porque se veía que los compañeros sólo acudían a ellos cuando no sabían cómo salir del embrollo, porque en sus pies el fútbol cambiaba ese aire un poco sesudo, como de ajedrez, que le ronda en las zonas templadas del campo, en algo audaz, vibrante, cargado de electricidad. En algo imprevisible.

Así es Joaquín, aún. Un superviviente. Luis, otro superviviente, le mira con cariño y le perdona aquello del despelote, que ya es perdonar. Me pregunto si le perdonará Koeman, que de primeras le apartó del equipo porque llegó tarde a la primera charla técnica. "Somos pocos", dice Joaquín, "pero sobreviviremos". Pues no le des tanta munición al cazador, le diría yo. Y el cazador en este caso es el entrenador. Al entrenador le sobran los extremos, porque prefiere gente polifuncional, que vaya y venga, cierre aquí, apoye allá, toque, vuelva, meta la pierna fuerte y siempre esté a la orden.

Decía Cuco Cerecedo en sus deliciosas crónicas de fútbol en el ya lejano diario Madrid (recogidas bajo el título de El Gol Geopolítico) que los entrenadores detestan a los extremos porque les pasan una y otra vez por delante y, aplastados como están por la tejavana, es lo único que les falta para no ver nada. Y que por eso les han mandado al limbo del medio campo. Seguramente. Por eso y porque los entrenadores, procedan de donde procedan, se convierten por imperativo profesional en gente de orden y los extremos piden, sobre todo, libertad. Y no es sólo que la pidan: es que la necesitan. Como Joaquín.