Ya le tenían cogida la matrícula

Ya le tenían cogida la matrícula

Hace dos veranos en la caja mágica del despacho de Mijatovic en el Bernabéu reposaba un informe sobre las perlas jóvenes del fútbol suramericano que, en dos o en tres años, serían estrellas consagradas del fútbol mundial. Tres de ellos les conocen de sobra: Gago, Higuaín y Marcelo. El cuarto que figuraba en esa lista se llamaba Ángel Fabián Di María. Joya argentina de la fábrica de Rosario, zurdo con buena planta y magnífica visión de juego. Recuerdo que Carlos Bucero, fiel escudero del montenegrino, me comentó: "Sigue la pista a un chico que se llama Di María, que sólo tiene 18 años. No hemos podido traerlo al Castilla, pero no vamos a olvidarnos de él". El tiempo pasó y la siguiente referencia que tuve de él fue en el Benfica de mi admirado Camacho.

El día del Argentina-Australia de los Juegos de Pekín, ni Agüero ni Riquelme eran capaces de desatascar el muro de los canguros. En estas, el tal Di María salió al estadio de Shanghai. En sólo un cuarto de hora, Di María rompió el granítico sistema defensivo de los australianos. El gol salvador de Lavezzi nació de sus botas. Mi móvil me refrescó la memoria: "¿Has visto la calidad que tiene este chico? Ya te dije que no nos íbamos a olvidar de él". Lo importante de la política de fichajes actual es que si Robinho decidiese seguir en sus trece, no sería necesario un golpe de talonario y cometer una locura. Jugadores como Di María te cuestan cuatro veces menos que un Cristiano Ronaldo. Y fijo que su rendimiento estaría a la misma altura. Yo lo traía.