Amarse o civilizar la competencia

Amarse o civilizar la competencia

Desde el punto de vista de la paz social hay que celebrar las magníficas relaciones de Ramón Calderón con los presidentes del Atlético y el Barcelona. No hay duda de que su camaradería es un ejemplo para los aficionados de los distintos equipos y añade, al cariño, un evidente rechazo de la crispación. Sin embargo, desde la perspectiva de un seguidor ajeno a la diplomacia y las buenas maneras me pregunto si el exceso de cordialidad no ha perjudicado al Madrid en ciertas situaciones. Me refiero, por poner un caso, al hipotético fichaje del Kun Agüero, previo pago, naturalmente, de su cláusula de 60 millones. La contratación (o su intento) se descarta por las buenas relaciones entre clubes, aunque hubiera sido financiera y deportivamente interesante cuando el Madrid ingresó 42 millones por Robinho. E imagino que por idénticos motivos y respetando el pacto de no agresión se podría haber rechazado el fichaje de Bojan, en el supuesto de haber sido recomendado por la secretaría técnica.

El asunto es delicado, pero invita a reflexionar sobre el afecto y los negocios. Debería ser posible comportarse como un caballero y estar dispuesto a abonar una cláusula, que para eso están, sin que haya contradicción entre el aprecio personal y el interés de un club. Porque no se trata de eliminar la competencia, sino de civilizarla. En el actual estado de las cosas, Hugo Sánchez, Schuster o Figo jamás hubieran jugado en el Madrid, lo que hubiera significado una amistad eterna, pero una pérdida irreparable.