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Caparrós, más luces que sombras

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Los números dicen que la etapa Caparrós se saldó con un 8º y 13º puesto en Liga, dos semifinales de Copa y una Intertoto no superada. Con los mimbres que tenía, se puede considerar satisfactoria, ya que desde el adiós de Irureta la prioridad del nuevo Deportivo descapitalizado es la de no pasar apuros. El utrerano llegó con su carismático espíritu competitivo, que caló tanto en la plantilla que hasta Valerón se impregnó de él. Nunca lloró, nunca protestó y siempre dio la cara. Llevó a cabo una transición durísima e impopular, porque la afición venía acostumbrada a más de una década de éxitos con títulos y Champions como el pan nuestro de cada día. Se competía ante los grandes hasta en los fichajes y Riazor era uno de los fortines más temidos de Europa.

En su segunda temporada saltó a escena el Babydepor (14 fichajes), los despidos, veteranos arrinconados que al final fueron los que sacaron las castañas del fuego. El coste se vio el año pasado en Riazor, con un Coloccini señalándose el dorsal en la cara del utrerano. Su otro frente fue Lendoiro. Decepcionado por las promesas incumplidas coqueteó con Osasuna a mitad de temporada. El divorcio, como luego se vio en junio, estaba firmado. Su discurso resultadista y su fútbol de contacto terminó por chocar con una grada acostumbrada a las delicatessen. Cada uno sacará sus conclusiones, tendrá una nota para su paso por A Coruña. La mía es que pesan más las luces que las sombras, que por cierto se ciernen sobre su futuro si el Athletic cae en Riazor.