Ahora no se come los marrones...

Ahora no se come los marrones...

El pasado 24 de octubre fui el periodista más feliz de la Tierra. Junto al 'boina verde' Ribot, sacamos a Sergio Ramos la entrevista soñada por cualquier integrante de este entrañable gremio. Se sinceró, se alejó de los tópicos y durante cuarenta minutos asistí a la confesión más honesta que recuerdo de un futbolista de élite. El personal se quedó con una frase lapidaria ("me como todos los marrones"), pero en realidad él adelantó con un diagnóstico incuestionable los problemas que aquejaban al Madrid de Schuster. Casualidad o no, el alemán ya no está en nómina desde hace, justo hoy, treinta días...

Sergio Ramos entró en un estado de melancolía desde aquella explosión de sentimiento. Los pesos pesados del vestuario la pagaron con él, la crítica se cebó con su persona de forma inhumana y lo que era un acto valiente y terapéutico se convirtió en una inmolación dolorosa ante la opinión pública. Supo guardar silencio en estos setenta y seis días. Aguantó el chaparrón, la presión y la incomprensión del mundo que le rodeaba. Pagó su culpa en silencio, apretó los dientes y reaccionó como lo que es. Un hombre noble y un futbolista superlativo.