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Anfield y la historia del Liverpool

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Bill Shankly escribió una vez en uno de esos formularios que hay que rellenar en los hoteles, en este caso en Bruselas, 'Anfield' en el apartado 'dirección'. "Eso no es una dirección, es un estadio de fútbol", le dijo el conserje resabiado. "¿Cómo que no? ¡Pero si es donde yo vivo!". Y así fue: hay pocos sitios mejores que Anfield para vivir. Solamente en el mítico estadio parece que cada partido es el último y cada cántico el primero. Lo van a tirar y se va a construir otro con el doble de capacidad: hay que intentar ir cuanto antes si no se ha visitado todavía. Me contó Kenny Dalglish (y se lo explicaba también a Fernando Torres en la misma comida) que su gran pena es no poder ser capaz de ver los partidos en The Kop, la grada de Tribuna única donde se inician todas las canciones: su leyenda era tal que no le dejarían disfrutar del encuentro. Fernando contestó con esa inteligencia de señor mayor que tiene: "Ojalá me pase un día justamente eso: que no pueda entrar en The Kop. Señal de que he llegado a ser un poco lo que fue usted".

Un día Shankly casi se pierde el inicio del partido por ir a saludar a alguien en The Kop: llegó al banquillo cinco minutos antes del inicio con la camisa rota, la corbata mal hecha y la chaqueta sin mangas. Dicen que en ese estadio, cuando no había asientos, se tenía que mantener las manos en los bolsillos porque, como uno no se podía ni mover, no se desplazaba ni para algunas necesidades vitales que se hacían en el bolsillo del de delante. Si hay tiempo, vale la pena pasarse por el museo del Liverpool y, paseando hacia el césped, tocar la placa de 'This is Anfield' (Esto es Anfield) que recuerda a los que visten de rojo el club en el que están y a los rivales, el enemigo con el que están a punto de perder. O sea que, ¿cómo es eso que leo? ¿De verdad que sólo 5.000 madridistas quieren ir a Anfield? Pocos parecen...