Correr con el pinganillo colgando

Correr con el pinganillo colgando

Aitor González cruzó la meta de Ubrique con el pinganillo colgando. Literal. El alicantino acababa de ganar la octava etapa de la Vuelta a España 2002. "Mi ataque no lo hablé con nadie, fue una inspiración", explicó Aitor a los periodistas. Cuando le preguntamos por el pinganillo, sonrió y dijo: "Se me ha caído". Era un secreto a voces que el Kelme prefería una victoria de Óscar Sevilla, porque Aitor cumplía contrato y se iba a marchar. En el Angliru volvió a ir por libre y desató la ira de Vicente Belda y del propio Sevilla, que le acusaron de actitud "poco ética" y de "saltarse el plan". Aitor corrió aquella Vuelta con el pinganillo colgando. Y la ganó. No será aquí donde se promueva la indisciplina, pero el resultado de aquella carrera hubiera sido muy distinto si Aitor, sin duda el ciclista más fuerte, hubiera aceptado sin un mínimo de rebeldía las órdenes que su director le enviaba a través de la emisora.

Alos directores de equipo les gusta controlarlo todo. Esa es la verdadera razón por la que no quieren desprenderse de las emisoras. Ellos alegan "motivos de seguridad", aunque eso tendría una fácil solución alternativa: conectar a los ciclistas a Radio-Tour. Los directores están en su derecho de defender su herramienta de trabajo. Pero organizadores y aficionados también están legitimados para exigir más espectáculo, porque somos muchos los que pensamos que el pinganillo corta esa "inspiración" de la que hablaba Aitor. Por eso no me gustó la actitud de ayer. Porque, al menos, podrían haber concedido la oportunidad de probar.