Unidos por duchas y vestuarios

Unidos por duchas y vestuarios

Siempre me ha sorprendido la vieja austeridad de los vestuarios en comparación con el glamour que rodea al fútbol y sus accesorios. Hasta en los estadios más modernos, aquellos que lucen jacuzzi y fotografías de los artistas en las taquillas, he reconocido en el ambiente general la sobriedad de los vestuarios de Tercera: bancos corridos, aroma de linimento y lejía, y rumor de chanclas. Así aparece el modesto locker room del Shamrock Rovers, donde mañana habrá que imaginarse a las estrellas del Real Madrid disputándose una percha o un lugar donde calzarse las botas sin rodar por el suelo.

Creo que es en ese momento, más incluso que sobre el césped, cuando los futbolistas de cualquier nivel y condición se aproximan hasta hacer desaparecer las fronteras. Cualquiera que haya formado parte de un equipo (bueno, malo o peor) habrá vivido ese momento que mezcla el escaso encanto de los sanitarios herrumbrosos con el compromiso del grupo para el que todo es posible, incluso ganar el partido. El reparto de las camisetas, el sonido de los tacos o los balonazos de quienes insisten en jugar un rondo forman parte de la mística del fútbol.

Por eso se agradece el reportaje que ilustra estas páginas, las gradas supletorias, el estrecho vestuario y los trastos en los pasillos. Sirve para recordar que esos galácticos inalcanzables, esos futbolistas de purpurina, son en el fondo y en la ducha exactamente iguales a nosotros.