Con él se va el escándalo

Con él se va el escándalo

Los aficionados tenemos cierta suerte. Cuando estaba Núñez, teníamos a Cruyff. Y cuando estaba Gaspart teníamos a Figo, con perdón. Y siempre ha estado Guardiola, por cierto. Ahora, además de tener a Guardiola, tenemos a Messi, de modo que uno puede pasar por alto que existe Laporta. Pero existe. Un día se envuelve en la bandera catalana, y levanta aristas que se convierten en cuchufleta cántabra, y otro día aparece como el que no sabía que se espiaba en su casa, y a gente a la que se le supone fidelidad máxima.

El asunto puede ser desestimado con la explicación rocambolesca del club, pero a la gente se le impregna en la memoria como algo pegajoso e inexplicable. Para qué espiar. Pues para saber más. ¿Y a quién le interesaba saber más? A quien ahora coloca sus peones para seguir mandando tras haberse ido. Es una interpretación legítima. Está a punto de expirar su mandato; a Laporta le hubiera encantado prolongarse, y lo tratará por otros medios. La gente tiene derecho a pensar que el espionaje viene de esa intención. Que se diga que él no sabía nada resulta una paradoja, porque de lo que presumió siempre es de saberlo todo con respecto al club. ¿Se le escapó un hilo? Menos mal que tenemos a Guardiola.