Descanse en paz la verdad

Descanse en paz la verdad

La verdad es la primera víctima en una guerra, y aunque en el Barça no se ha desatado oficialmente ninguna, el cadáver reposa a las puertas del Camp Nou (o de sus oficinas). Quien dice verdad dice transparencia, aquel bien que un joven Joan Laporta esgrimía como argumento electoral, en aquel ahora tan lejano 2003, cuando se encaramó a la presidencia del club. La transparencia fue la primera víctima con la entrada de Joan Oliver en los despachos blaugrana, con la consigna de eliminar cualquier vestigio del vicepresidente dimitido Ferran Soriano. Oliver se fue cargando, sin que le temblara el pulso, a todos los ejecutivos del Barça, a excepción del secretario Begiristain, favorito del sultán Laporta y de su amigo predilecto, Johan Cruyff. Y luego, cuando Oliver se quedó sin nadie a quien decapitar, se volvió contra la mano que hasta entonces le daba de comer.

O tal vez no, tal vez fue la mano de Laporta la que señaló la dirección de los pasos del director general, convertido entonces en un obediente doberman de colmillos temibles. Y allá fue Oliver, a investigar a los vicepresidente candidateables, excepto Alfons Godall, curiosamente amigo de Laporta. Como antes fue a Miami, a perseguir la quimera de un desembarco triomfant en la Major League Soccer. O como medió en el megaproyecto de maquillaje del Camp Nou, atascado por falta de sintonía política y vecinal. Y en quién sabe cuántos otros asuntos tan poco transparentes.