La soledad de los artistas en penumbra

La soledad de los artistas en penumbra

Muchos de los que ahora consideran obsoleto a Thierry Henry suspiraron por él cuando era una gacela en el Arsenal. Verle jugar entonces producía la excitación nerviosa que uno percibe en un futbolista cuando éste desarrolla su trabajo en campo contrario. Cuando vino al Barcelona le miraron con lupa los que le trajeron y los que le adoraban, hasta que ahora parece que le corresponde el frío terror de las miradas indiferentes, incluida, parece, la del entrenador. Me extraña. En primer lugar, porque Guardiola es una persona sensata, y sería incapaz de desatar una malquerencia así en medio de varias competiciones.

Es cierto que el fútbol de Henry se queda en los aledaños de lo efectivo; pero hay en su juego una efectividad estética que justifica su presencia. Prescindir de él es, obviamente, una opción, pero establecer su expulsión a las tinieblas es un paso atrás cuando menos mezquino. Y no creo que sea un problema de vestuario; parece un hombre sensato, poco protestón, cercano a los más jóvenes. Quiero imaginar que esta insinuación viene como una distracción de otoño, nacida acaso, también, de la evidencia de que Pedro (el futbolista de mi pueblo) viene pisando el terreno de Henry con una audacia sin límites.