Hasta que el rabo pasa...

Hasta que el rabo pasa...

Hasta que el rabo pasa, todo es toro. Esta sentencia, que tanto le gusta decir a a mi amigo Arturo Pérez-Reverte, sirve sobre todo para los partidos en los que interviene Osasuna, el equipo que no se rinde. Oí la retransmisión de Oliveros; en Carrusel decían que el partido estaba casi finiquitado, pero Manu hizo hablar a Minguella y éste puso reparos a ese cierto optimismo. Poco después se produjo esa carambola que Piqué y Valdés convirtieron en el empate. El Barça (este Barça) juega para ganar; y esta vez jugó para ganar o para empatar, y le salió el otro lado de la moneda, el que no quería.

Hubo una convicción que llevaron a cabo con pulcritud Piqué (hasta que marró la última jugada) y Keita, virtuoso del oficio; pero Osasuna estuvo siempre enseñando el cuerpo, hasta que finalmente mostró el rabo, y la ayuda azulgrana fue decisiva para que al fiero león se le subieran los colores. Es un partido para muchas reflexiones; Messi hizo dos o tres interpretaciones brillantes de su propio papel, e Ibra estuvo a un paso de hacerlas. Pero esa limitación que los dos sufrieron en los últimos metros debe encender la luz amarilla: no es tan fiero el león como lo pintan, y ahí están los rusos del Rubin Kazán, que son toros también.