Empezó el clásico de la propaganda

Empezó el clásico de la propaganda

Más que una guerra fría (estas potencias, a diferencia de aquellas, sí terminarán por encontrarse), el clásico nos presenta una guerra psicológica que pretende minar, a través de la propaganda, la moral del enemigo. Siguiendo esa consigna, el Barcelona resta importancia a la lesión de Messi (pinchazo o cornada, poco importa), al tiempo que el Madrid contraprograma exhibiendo en los entrenamientos la innegable lozanía de Cristiano. Si los genios jugarán el domingo (y en qué condiciones) está por ver, pero la idea es amenazar con su presencia, propagar (de aquí procede el término) la duda y la inquietud.

La estrategia es vieja y rigurosamente española, pues encuentra el primer precedente en El Cid (el hidalgo, no el torero), que después de muerto fue apuntalado sobre Babieca para espantar al infiel. Y el truco funcionó, cuentan: sólo hizo falta evitar la conversación con el caballero y el galope de su caballo. Aquí no llegaremos a tanto, pero casi. Si la Champions no aclara los diagnósticos, nos plantaremos en el sábado noche haciendo depender la suerte del clásico de la evolución de un adductor zurdo y un tobillo diestro. Es obvio que la propaganda no decidirá el partido, pero influirá sobre el ánimo de los que miran y, quizá, de los que juegan. De eso se trata.