Bailaron al Inter y ganaron confianza. Destrozaron a los italianos y la autoestima del culé se vino arriba en un momento. Prácticamente, cerraron el pase a los octavos de final y las sensaciones volvieron a ser positivas. Hay hambre de clásico, de triunfo, de repetir alegrías y de reventar el retrovisor de Iker Casillas. Tremendo lo que se avecina el domingo; paciencia, quedan sólo dos días.

Por juego, por condiciones, por estilo y creencia en el fútbol, el Barça es el favorito. Si todo sucede con normalidad, Guardiola debe imponerse a Pellegrini, tan perfeccionista y delicioso con su idea en la práctica en Villarreal, como caótico y desilusionante en la actualidad. Pep lo sabe, conoce al dedillo las opciones del Madrid, entiende lo que pretende el entorno azulgrana y saldrá a buscar el liderato con la misma ilusión que si él fuera el responsable de mover al equipo. Habrá guerra psicológica, aquella que Cruyff impuso siempre que se acercaba un encuentro de tal magnitud y que con el tiempo se apagó. Los catalanes aseguran darle opciones al Real, aunque duden mucho de ese mensaje.