Heliópolis se merece el lleno

Heliópolis se merece el lleno

El respeto era eso: sesenta mil espectadores, muchísimos para la hora, el día y la tele en abierto; Barcelona de gala, con una alineación, salvo el copero Pinto, que bien hubieran recibido el Manchester, o el Real Madrid; y Guardiola nervioso, viviendo buena parte del partido deambulando por la zona técnica. El respeto era eso, más allá del fútbol de tiqui-taca, o los cinco goles, o las diabluras del imparable Messi mordiendo con filigranas y con un hat-trick su recién estrenado Balón de Oro. El respeto se lo ganó el Betis. Pocos equipos (¿alguno?) se han atrevido a enfrentarse a este Panzer Barça a pecho descubierto, presionándole arriba y tocándola una y otra vez, Beñat; pocos han intentado sorprenderlo metiéndole las cabras en el corral, con su medicina de sabor a fresa. Pocos (¿ninguno?) han callado por momentos al Camp Nou con más de 5.000 fieles cantando "Betis, Betis" en las sonoras paredes del coliseo azulgrana.

El estilo era eso, también: ponerse el esmoquin en medio de la tormenta, salir al escaparate más grande del mundo en orgullosos paños menores. Soñaban los nuevos rectores verdiblancos, Gordillo al frente, con llevarse a Sevilla un resultado potable y hacer una taquilla que alivie un poco la desolada economía verdiblanca. El Betis lo merece, lo merece la imagen más que el resultado de escombros, porque por momentos, muchos más momentos que los que podría sugerir el marcador, este club de poetas y toreros volvió a tener estilo, a parecer un grande del fútbol español. ¿O es que alguna vez lo dejó de ser?