Un gran regalo mal empaquetado

Un gran regalo mal empaquetado

Parece un empeño desvestir de solemnidad el mejor partido posible. Se juega un miércoles de Semana Santa, emparedado entre dos jornadas ligueras, la que sirve de prólogo, por cierto, entre los dos insignes finalistas, y a la hora que conviene a las televisiones y no tanto a los espectadores más jóvenes. El Barça anuncia que viajará en el día, como es costumbre en partidos ordinarios, y el Madrid lo hará después de entrenarse en Valdebebas y tampoco pisará Mestalla, lo que afea la víspera...

Ha sido un torneo fantástico, con eliminatorias tremendas para Barça (Athletic) y Madrid (Atlético y Sevilla) y el final deseado por todos. Y, por tanto, merecería otro envoltorio. La final de Copa es el partido más emotivo del año. Ningún otro moviliza tanto a las aficiones (se llenaría el Mestalla construido y el que el Valencia tiene a medio construir) ni viste con mayor alegría las gradas. Huele a fiesta de final de primavera y por imperativo legal debería cerrar el curso. Pero paga por una Liga larga, por las fechas FIFA que tanto convienen económicamente a las federaciones, por las finales europeas y por su propio formato, que a instancias de los grandes no tolera eliminatorias a un partido. Un evitable maltrato ajeno y propio que desmerece su belleza.