El niño y el infinito

El niño y el infinito

Es un premio menor; quiero decir, el premio ya lo tiene, lo tuvo cuando la abuela lo dejó en los descampados, oliendo a tierra y pelota, haciendo que el cielo se pareciera a la tierra. Después, todo lo demás tiene que ver con la administración del fútbol, con la burocracia de los que lo miran fumándose un puro. Pero a él, a Messi, al mejor jugador del mundo, a la pelota de oro, eso le da igual, pues el sueño está siendo cumplido en el terreno de juego. La competición va por dentro; la ha interiorizado de tal manera que ya compite consigo mismo; y ha conseguido desdoblarse, pues además ayuda al equipo en los momentos difíciles, cuando él parece el único que conserva la lucidez de atreverse. En cuanto al juego

Ah, ahí es también insobornable, y por eso lo premian (los espectadores, la burocracia): es un gran inventor, no se conforma con las fórmulas, y cuando no tiene fórmulas acude a la memoria, que es el niño que fue. Ese niño ha crecido hasta el infinito, pero conserva la frescura de los galpones y de los entrenamientos a campo descubierto, conserva el amor por los terrenos a los que llevó la abuela. Ese niño que se proyecta al cielo cuando marca conecta con este Messi terrenal que ayer, otra vez, fue proclamado sabio del fútbol.