Recuerdos de la Callede la Madera

Recuerdos de la Callede la Madera

En mayor o menor medida, todos hemos sido futbolistas, y cada cual guarda con interés en la memoria los momentos ligados al fútbol. Yo he sido testigo, en la presentación de alguno de mis libros, del afán de algunos escritores por dejar claro su integración en el mundo del balompié: en la presentación de Regreso a Vadinia, una novela propia con un trasfondo futbolístico, tanto Luis Mateo Díez como Julio Llamazares pusieron empeño en dejar claro sus incursiones por la banda derecha el primero, o en su condición de central el autor de La lluvia amarilla.

La novela relata la historia, a principios de los años 70, de un muchacho de León que arribaba a la estación de Príncipe Pío convocado por el Madrid para efectuar unas pruebas en la Ciudad Deportiva, junto a la Plaza de Castilla. Con el paso de los años, el enclenque futbolista del Puente Castro se convirtió en profesional de aquel Castilla en que había derivado el equipo madrileño del Plus Ultra. El señor Malbo era el encargado de recibir en su pecera de cristal a los aprendices de futbolistas. Su oficina se encontraba en los bajos de la tribuna central del Bernabéu. Enfrentarse al señor Malbo significaba -para un desdichado que jamás había pisado la gran capital ni, mucho menos, las oficinas del Gran Club- un castigo mayor que el que había supuesto el casting que habíamos superado unos días atrás. Don Miguel Malbo regalaba a sus visitas su carácter áspero, más fatigoso si quienes acudíamos a la cita éramos muchachos pueblerinos, alelados no sólo por la magnificencia del entorno sino por la súbita presencia en los pasillos de ídolos como Amancio, Netzer, Del Bosque o Santillana, quienes le saludaban con un respeto y un recelo que lo hacían equipararse con la figura inconmensurable del propio Santiago Bernabéu.

Tras breves contactos telefónicos, aquel señor que miraba por encima de sus gafas nos enviaba a las distintas pensiones donde solían agruparse los aprendices de futbolistas. Yo he regresado, año tras año, a la Calle de la Madera para recobrar aquel fulgor tan ligado a mi juventud, a aquel primer piso del número 25 donde Pepe Luna y Marisa, los encargados de la pensión donde íbamos los chavales de la cantera que veníamos de fuera, seguían las firmes consignas provenientes de la pecera de cristal. En la Calle de la Madera, en el corazón del barrio de Malasaña, en un piso de cinco habitaciones, convivíamos futbolistas juveniles, aficionados y seudoprofesionales del Castilla. Ninguno de nosotros -salvo de forma ocasional, en amistosos- consiguió integrarse en la primera plantilla, pero vivíamos con intensidad y orgullo los partidos de los jueves en el Bernabéu, sparrings de aquellas figuras que admirábamos. El paso de los años nos hace atribuir a la casualidad el hecho de que fuese en la parte noble de la ciudad, en otra pensión de la zona de Goya controlada por el señor Malbo, donde coincidiesen algunos de los excepcionales jugadores que hoy forman parte de la historia del Madrid: Morgado, Vitoria y Camacho.

Manuel Vicente González fue jugador del Castilla en los 70 y autor de libros como Regreso a Vadinia y Fuera de juego.