El otro día practicamos con un amigo un poco de ciencia ficción. Vino al caso de un comentado comentario sobre el análisis que se hace de Lass Diarra y, según coincidíamos, la influencia que tiene el hecho de no ser español. La teoría era que si lo fuera se reconocería su mérito e influencia, un nacionalismo mal entendido que distorsiona demasiado a menudo el examen.

Hagámoslo de nuevo. ¿Se imaginan que Cristiano Ronaldo fuera nuestro? ¿Qué vistiera La Roja y recibiera pases de Xavi, de Iniesta y se abrazara con Llorente y Villa? Me da que si así fuera haría mucho tiempo que su supuesta chulería se interpretaría como orgullo positivo, sus gestos en la cancha como compromiso, sus celebraciones como expresiones de genio, su extraordinario talento como lo que es, extraordinario talento pero multiplicado por la gracia de compartir nuestra lengua y nacionalidad. Ahora que se ha ganado al Bernabéu (y por mucho que el futbolista lo niegue, la grada tiene culpa de su transformación) es quizá un acto de imaginación innecesario, pero nunca está de más vernos en el espejo.