Los siete pecados de Brasil

1. Falta de preparación de los entrenadores. Mientras argentinos y chilenos brillan en el extranjero, es sintomático que ningún brasileño entrene grandes equipos europeos o selecciones mundialistas desde hace muchos años. Luxemburgo, en el Real Madrid en 2005, y Scolari, en el Chelsea en 2008, fueron los últimos que disfrutaron de la oportunidad y tuvieron destinos muy parecidos: rotundo fracaso. El motivo es la falta de preparación de los llamados “profesores” que no se renuevan, no estudian y se niegan a actualizarse tácticamente.

2. El prejuicio ante una opción extranjera. Si los entrenadores brasileños son un problema, ¿por qué no optar por uno extranjero? Antes de anunciar a Scolari y Parreira como sustitutos de Mano Menezes, en 2012, el nombre de Pep Guardiola surgió con fuerza antes de que él asumiera el mando del Bayern Múnich. Pero la opción fue rotundamente descartada por el presidente de la CBF, José Maria Marin. “No tenemos nada que aprender con nadie de fuera de Brasil, principalmente en lo que se refiere al fútbol. Siempre fuimos los mejores del mundo y tuvimos los mejores entrenadores del mundo en Brasil, ganamos cinco Mundiales así”, proclamó el dirigente.

3. La perpetuación del poder en la federación. La falta de renovación es un problema que va de la cúpula de la CBF hasta la dirección de la selección brasileña. El actual presidente de la Confederación es un dirigente que actúa en el fútbol desde hace más de 40 años. El futuro era el brazo derecho del exmandatario de la entidad, Ricardo Teixeira, que fue obligado a renunciar por un enorme escándalo de corrupción. Scolari y Parreira estuvieron al mando de la selección en cuatro de los últimos seis Mundiales que se han disputado.

4. La decadencia del campeonato brasileño. El Brasileirão tiene la 18ª media de público del mundo (12.504 hinchas por partido), menos de la mitad de la Liga española (28.616) y por debajo de países como Ucrania, Australia, Rusia y Japón. La ocupación media de los estadios es de solo 34% y este año llegó al punto en que un partido entre Fluminense y Bahia en Salvador tuviera menos de 1.500 aficionados en la grada. La media de goles de la actual temporada, interrumpida para la realización del Mundial, es la peor de los últimos 20 años: 2,14 por partido.

5. El abandono del ‘jogo bonito’. Tras la decepcionante derrota ante Italia en el Mundial de 1982 y el fracaso mundialista de la maravillosa generación de Zico, Sócrates, Falcão, Cerezo y Junior, surgió en Brasil un movimiento de tecnócratas que empezaron a predicar que el país debería copiar el modelo táctico europeo y abandonar el estilo basado en la técnica, el toque refinado y la elegancia. Esta escuela alcanzó su auge con el título de 1994, cuando Parreira ganó el Mundial con un equipo muy pragmático, apoyado apenas en la genialidad de Romario y Bebeto. Desde entonces el fútbol brasileño fue deteriorándose, apostando más por la fuerza y el tamaño que por la técnica y la genialidad.

6. La pérdida de la esencia del fútbol base. Pelé, Zico, Rivellino, Sócrates, Rivaldo... El mediapunta de creación, con técnica apurada, inteligencia y visión de juego, siempre fue el símbolo de la escuela de fútbol brasileña. Pero hoy, el famoso dorsal 10 está en serio peligro de extinción. Brasil no tiene actualmente ningún futbolista dentro de estos moldes actuando al más alto nivel en un club europeo. Y mucho se debe al abandono del fútbol base en manos de profesionales mal preparados, estructuras precarias, presión urgente por el resultado antes que por la formación. Los niños aprenden a marcar antes que a regatear y viven bajo la constante obsesión de los representantes, que atan a los chavales cada vez más jóvenes y fuerzan una apresurada transferencia al extranjero.

7. La cultura futbolera brasileña. La impunidad y la corrupción en los clubes y las federaciones. La complicidad de las autoridades. Jugadores que insisten en hacer del fútbol un patético teatro de simulaciones de faltas. La falta de profesionalismo que llevó a la pérdida, precoz, de futbolistas como Ronaldinho, Adriano o Robinho, por pura falta de dedicación y seriedad. La violencia de las peñas de aficionados en las gradas, que aleja a las familias y, principalmente, a los niños del ambiente de los estadios. El fútbol brasileño está enfermo y necesita ser rescatado urgentemente.