El Nanga Parbat no quiso

No pudo ser. Después de más de un mes luchando, al final el Nanga Parbat no ha querido ceder su cumbre al impetuoso empuje de Alex Txikón, el pakistaní Alí Sadpara y el italiano Danielle Nardi. Muy pocas veces más tendrán tan cerca la gloria de ser los primeros en hollar en invierno este prestigioso ochomil. Una temporada invernal relativamente suave (en ese contexto: temperaturas de -35º y vientos de 30 km/h), la montaña en buenas condiciones, aunque en la parte inferior se acumulasen grandes cantidades de nieve que les obligaba a abrir una zanja hasta el campamento I, y, sobre todo, un perfecto trabajo desarrollado con inteligencia, eficacia y rapidez.

El equipo logró instalar el campamento IV a unos 7.200 metros y el viernes a primera hora iniciaban el intento definitivo. El tiempo era excelente, ascendían a buen ritmo y parecía que el Nanga se iba a doblegar. Pero en el Himalaya ninguna cumbre te pertenece hasta que no regresas al campo base. Hasta entonces eres tú quien pertenece a la montaña. La historia del Nanga es dramáticamente ilustrativa de esta aseveración. Afortunadamente esta vez el final ha sido menos trágico. Al parecer, un edema cerebral fue el causante de que Alí (un tipo fuerte, con dos ascensiones en esta misma montaña) se extraviara y a casi ocho mil metros tuvieran que retirarse con la cumbre casi al alcance de la mano. En vez de ascender por un marcado corredor hicieron una travesía, despistados en plena noche, que les llevó a una zona de roca y nieve imposible de superar.

Allí pudieron darse cuenta de las condiciones del leal porteador pakistaní y no dudaron en descender. A pesar de las duras condiciones y de dos pasajes muy delicados, en hielo cristal y el famoso muro Kinshofer, los tres pudieron regresar sanos y salvos al campo base. Pudieron respirar aliviados al saber que Alí estaba fuera de peligro. Pero hablando con Alex, me di cuenta de que el intento pesaba como una losa en su alma. Como decimos en nuestro argot, “se estaba dejando”, pero al final la realidad se impone.

Para tener éxito en una aventura tan expuesta no es suficiente trabajar bien, formar parte de un equipo fuerte y comprometido y que la montaña esté en unas condiciones relativamente asequibles. También se necesita una mente más fría que la montaña y esa pizca de suerte que a veces nos conceden los dioses; esa parte de la vida que no depende de nosotros y puede separar el éxito del fracaso. Esta vez el Nanga no quiso, aunque tuvo la benevolencia de dejar escapar a los alpinistas. Lo mejor de todo es que Alex regresa a casa. No creo que olvide nunca lo cerca que estuvo de alcanzar la gloria de los elegidos.