Antes del autocar ya ganaban 1-0

En estos días en que empatizar con el Leicester (memorable la gesta que acaricia) es tan ‘cool’ como en su momento lo fue animar al Mirandés o al Numancia del propio Lotina, uno se reafirma en que al Espanyol, sin ser como estos una moda pasajera, siempre la ha resultado esa táctica del lobo con piel de cordero. Así ocurrió en la Copa de Mestalla y, de nuevo, hoy hace diez años en el Bernabéu. No es que el Zaragoza fuera infinitamente superior, pero sí infinitamente favorito, pues venía de apear a Atlético, Barcelona y Madrid. Y los pericos, contra todo pronóstico, no solo vencieron sino que golearon.

La final se comenzó a ganar en el autocar, coinciden la mayoría de sus protagonistas. Siempre mantuve una teoría complementaria: aquel triunfo se empezó a fraguar en la humildad. Ahí van dos pruebas particulares. Uno: el día anterior, fuimos a almorzar con colegas periodistas de Zaragoza. El debate que proponían no era futbolístico, sino que simplemente consistía en cuántos goles iba a meter su equipo al Espanyol. Y dos: el mismo mediodía de la final, acompañamos a un compañero a elaborar un reportaje en el colegio de San Agustín, donde se ubicaba la ‘fan zone’ de los blanquillos: sorprendente fue descubrir que el cántico que miles de seguidores entonaban al unísono era “campeones, campeones”... ¡Y quedaban ocho horas para el partido!

Mientras tanto, en Plaza Picasso, los pericos simplemente celebraban aquel día festivo que el fútbol les había deparado. Y homenajeaban al Femenino, que ya había cumplido con su parte. En el hotel, los jugadores trataban de burlar su nerviosismo. Y de canalizar su humildad en forma de coraje. En la Castellana, todo confluyó. Y vaya si lo lograron.